Esta entrada es una traducción-resumen de un artículo publicado en la revista Time de agosto. Me pareció interesante, y una visión algo diferente a los mensajes que muchas veces nos llegan. Existe una versión algo diferente del mismo artículo en este enlace de la revista TIME.

Texto original de Josh Friedman, guionista y productor de películas y series.

Desde que el diagnóstico del glioblastoma (un tipo de tumor cerebrarl) del senador John McCain se hizo público, he podido observar multitud de personas bienintencionadas explicándole que sea valiente. Incluso el presidente Obama twiteó “El cáncer no sabe contra quien se enfrenta”, con objeto de animar al senador a darlo todo. Muchas otras personas animaron a McCain a “luchar”.

Esta narrativa de “tipo duro” es seductora. Sugiere que tenemos control sobre nuestro destino, que podemos alejar el cáncer. Todo esto son las mentiras que nos contamos a nosotros mismos – en los libros que leemos, en la televisión y películas que vemos – y a la gente enferma que conocemos. Y para alguna gente puede ser útil.

Pero la valentía no es un estándar que cualquier persona enferma deba alcanzar. Es lo que sé (el autor del texto) como guionista, superviviente de un cáncer y algo cobarde.

En otoño de 2005 estaba comiendo unos burritos y acabé descubriendo que tenía cáncer renal. No es un viaje poco frecuente el diagnóstico de la patología. Vas al hospital, esperando que te diagnostiquen de algo familiar (por ejemplo, una intoxicación alimentaria), pero tras unos TACs despues te encuentras necesitando una nefrectomía parcial.

Previo a la cirugía estuvé gran parte del tiempo llorando. Bueno, llorando, recomponiéndome, balanceando a mi hijo ayudándole a dormir, llorando aun más y tomado lorazepam para intentar dormir. Cuando me desperté de la cirugía el tumor ya no estaba. Pero la sensación de cancer todavía estaba dentro de mi. Mi cuerpo era un extraño siniestro. Me había traicionado. Me había atacado y había intentado matarme. Nunca más iba a confiar en él.

Prohibí a mis amigos que me visitaran al hospital y gasté el tiempo de recuperación mirando a través de una ventana del hospital, preguntándome a mi mismo si iba a ver crecer a mi hijo. En mis momentos más optimistas, decidí que dejaría de escribir la historia de miedo y robots que había empezado previamente. Todo esto me parecía ridículo y desconectado de mi vida. Además, nadie se enfadaría conmigo si simplemente lo dejaba.

No era precisamente un ejemplo de coraje.

No he oído nada de valentía de otros supervivientes de cáncer en los últimos días. Nosotros conocemos el sucio secreto: Tú no luchas contra el cáncer. Si el cáncer te quiere, camina en tu habitación de noche y se te lleva. No importa lo fuerte que seas. La única forma que tienes de sobrevivir es una combinación de ciencia, detección precoz, asistencia sanitaria y suerte. La valentía no tiene nada que ver en esto.

De hecho, un pequeño estudio de 2014 encontró que la gente que lee palabras como “hostil” o “luchar” en un parágrafo sobre cáncer tienen menor tendencia a realizar medidas preventivas (comer menos carne roja, beber menos alcohol…) que aquellos que leían el mismo texto con un lenguaje más neutro. Las palabras tienen el poder.

A nuestro cultura le gustan los héroes intrépidos que no temen a nada, especialmente en las historias que explicamos. Cuando acabé de escribir la historia de terror y robots, me encontré discutiendo con ejecutivos. Justificaba que la valentía en situaciones al borde de la muerte no deberían de ser la situación por defecto de los protagonistas. Porque si alabamos la fuerza sin mostrar empatía por la debilidad, acabamos con una versión tóxica del heroísmo, una que relaciona la valentía con la bondad y la cobardía o debilidad con tener lo que uno merece.

Y cuando se hace esto así, no podemos explicar histoiras de gracia, de perdón y de conexión. No podemos explicar historias de gente real, aquellos que fallan, aquellos que tienen miedo y aquellos que se defraudan a sí mismos y al resto de gente. Estas historias son las que se necesitan más que nunca, especialmente entre aquellos que se pasean en los límites de la vida.

La dura verdad es que todos tenemos un Terminator que nos persigue. Pero cuanod te encuentra no tiene nada que ver con lo fuerte que eres o con lo buena persona que has sido. Tras recuperarme de la cirugía, transformé esa realidad en el mensaje que se escuchaba en el opening de la serie de terror y robots que hacía: “Voy a morir. Voy a morir, y así lo harás tu. La muerte no deja pasar a nadie”

No vais a encontrar estas palabras en la versión final. La red me hizo retirarlas. Demasiado terroríficas